El bloque de
pisos no se distinguía entre todos los de la calle, entre todos los del barrio
informe: edificios de 6 o 7 plantas forrados de ladrillo visto de diferentes
tonos de marrón, habitados por familias de empleados de clase media tirando a
baja.
Cuando su hermana preguntó quién era, Elisa dijo su nombre al telefonillo con soltura, como alguien que llega a una casa donde le conocen y es bien recibido. Aunque ligeramente deformada por un embarazo incipiente que ni ocultaba ni resaltaba con la ropa, era alta, delgada y con un porte cargado de dignidad. En silencio, mientras esperaba la respuesta, miraba alrededor con curiosidad despreocupada: el jardincito de enfrente con chopos que empezaban a brotar, los escasos coches baratos aparcados en batería y una mujer mayor con el carrito de la compra, de vuelta del mercado, que entraba en el portal de al lado. Sonó la apertura de la puerta sin ninguna palabra que la acompañara. Sin asomo de duda se dirigió al ascensor y presionó el botón del piso.
Teresa estaba en la puerta entreabierta tapando el paso con su cuerpo, ni tan rubia ni tan estilizada como Elisa pero igual de alta, con una cara de facciones suaves en la que destacaban los ojos claros y hundidos y la boca fina y seria que también se reconocían en su hermana..
Cuando su hermana preguntó quién era, Elisa dijo su nombre al telefonillo con soltura, como alguien que llega a una casa donde le conocen y es bien recibido. Aunque ligeramente deformada por un embarazo incipiente que ni ocultaba ni resaltaba con la ropa, era alta, delgada y con un porte cargado de dignidad. En silencio, mientras esperaba la respuesta, miraba alrededor con curiosidad despreocupada: el jardincito de enfrente con chopos que empezaban a brotar, los escasos coches baratos aparcados en batería y una mujer mayor con el carrito de la compra, de vuelta del mercado, que entraba en el portal de al lado. Sonó la apertura de la puerta sin ninguna palabra que la acompañara. Sin asomo de duda se dirigió al ascensor y presionó el botón del piso.
Teresa estaba en la puerta entreabierta tapando el paso con su cuerpo, ni tan rubia ni tan estilizada como Elisa pero igual de alta, con una cara de facciones suaves en la que destacaban los ojos claros y hundidos y la boca fina y seria que también se reconocían en su hermana..
-¿Qué haces
aquí?
-Me voy de
Madrid y quiero ver al niño -dijo Elisa.
La luz de la mañana entraba, amortiguada con cristales de pavés, por una ventana grande de la escalera. Había cuatro puertas en el rellano y un vecino había puesto dos macetas de Ficus en un rincón.
La luz de la mañana entraba, amortiguada con cristales de pavés, por una ventana grande de la escalera. Había cuatro puertas en el rellano y un vecino había puesto dos macetas de Ficus en un rincón.
-Hicimos un
pacto -exclamó Teresa.
-Quiero ver al
niño- repitió Elisa como si no la hubiera oído.
-Si te vas,
vete. ¿A qué vienes aquí? ¿Qué estás tramando? -dijo Teresa apretando con más
fuerza el quicio y cerrando tras de sí, todavía más, la puerta.
-Me voy a casar
-dijo Elisa con una tranquilidad que contrastaba con la tensión de Teresa.
-Pero ¿A qué
idiota has engañado ahora?-se burló Teresa intentando una risa que se quedó en
mueca. -Y ¿Qué tiene que ver con nosotros?-añadió subiendo la voz -¿Qué
quieres? Vete, cásate con el desgraciado que no te conozca y pare o desembarázate.
Elige. Ya sabes cómo se hacen las dos cosas. No nos necesitas. Lo sabes hacer
todo sin llorar una lágrima Se me hiela
la sangre con solo verte.
-Déjame entrar -dijo Elisa sin inmutarse.
-No. No está en
casa pero no quiero que entres. No quiero que veas ni sus fotos. No quiero que
sepas cómo es. No quiero que te vea nunca. No lo quieres.
-No pero, quiero
verlo. Curiosidad, supongo.
-No vuelvas, nunca -sollozó Teresa dando un giro brusco, entrando en la casa y cerrando la puerta.
-No vuelvas, nunca -sollozó Teresa dando un giro brusco, entrando en la casa y cerrando la puerta.
Me gusta.
ResponderEliminarSin necesidad de especificar describe perfectamente la situacion y las emociones