Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas

lunes, 28 de octubre de 2013

El Gran Gatsby

El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald es una de las obras maestras de la literatura americana. Justo por eso, la idea de llevar (o más bien, arrastrar) esta obra maestra al cine de masas del siglo XXI parece atrevida. Es difícil cuadrar esa contundencia íntima y esa prosa sutil y desgarradora a la vez con el blockbuster del verano. Mucho más difícil si le robas a la historia su sentido para hacer un Romeo y Julieta mal adaptado.

El Gran Gatsby habla de todo aquello que no podremos tener. Todo aquello que no podemos ser, por mucho que nos esforcemos. Habla de una sociedad corrompida por el dinero y el vacío espiritual, donde Gatsby piensa que su ilícita fortuna puede llevarle a borrar 5 años (y resulta ser el personaje que más lleno está). 

En la película de Baz Luhrmann, se crea una historia de amor brutal, donde ella, Daisy Buchanan, se presenta como víctima del destino y de su propia indecisión (lo que descuadra brutalmente con el final real de Fitzgerald, reflejado en la película). Se ve como su amor surge de una chispa mágica recogido en los tonos sepias del Instagram para reflejar como ella, ante la larga espera, cae en brazos de un despiadado ser que compra su amor con un collar de perlas de 35000 dólares que ella destroza al saber que Gatsby sigue esperándola. Una historia de amor brutal donde parece que ella ha claudicado ante fuerzas mayores, cuando para Fitzgerald esto no es así.

Daisy Buchanan no es indecisa, es despreocupada. Ni siquiera su propia hija (Pam, de la que habla cuatro líneas al comienzo de la novela y sin ni siquiera referirse a ella directamente) le conmueve. Se dedica a flotar como describe Nick al principio de la novela, a ir de acto social en acto social, a colocarse tiaras caras. Escenas cruciales del libro donde la presentan (por ejemplo, cuentan como a ella le gustaba coquetear con los oficiales, y al pasar unos meses de luto por Gatsby lo retoma, o cómo ella sola se sosiega y decide casarse al otro día con Tom sin una madre cruel rompiéndole las cartas), demuestran que su amor por Gatsby no es tanto amor como otro complemento más. Otro lugar por el que flotar y pasárselo bien.

"I hope she'll be a fool--that's the best thing a girl can be in this world, a beautiful little fool... You see, I think everything's terrible anyhow... And I know. I've been everywhere and seen everything and done everything."

La tragedia era inminente. El dolor, la destrucción y el  desperdicio que dejan los ricos como los Buchanan se encarna en el Valle de las Cenizas a la salida de sus ricas casas, donde gran parte de la trama tendrá lugar ante los cansados ojos del doctor T. J. Eckelburg.

Y esto, la película de Luhrmann no lo recoge. Intenta hacer una ópera pop donde las fiestas de Gatsby parecen sacadas de un videoclip de Pitbull y recrearse en un Titanic, cuando aquí lo que se hunde no es un barco sino una cultura entera.

En medio de esta catástrofe, el único que brilla es DiCaprio, que encaja perfectamente en la idea de Gatsby como ser misterioso y ambiguo, conciliador y esperanzado y a la vez aguardando su propia caída anunciada. Llena toda la película igual que llena todo el libro, en su halo de amor, misterio y esperanza. 

El Gran Gatsby de Luhrmann es prescindible y recargado, y aún así, bastante digno de ver. Debe ser porque resuenan frases de Fiztgerald por toda la película, como su final que dice así:

Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa en el momento presente, ¡pero qué importa!, mañana correremos más deprisa, nuestros brazos extendidos llegarán más lejos... Y una hermosa mañana...

Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados sin descanso hacia el pasado. 

sábado, 26 de octubre de 2013

El oficio de escribir

Por su indudable interés y su excepcional lucidez, reproduzco a continuación en su integridad el discurso que el escritor Antonio Muñoz Molina pronunció ayer en los Premios Príncipe de Asturias 2013:

Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria. Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio. Un oficio,cualquier oficio, requiere una inclinación poderosa y un largo aprendizaje. Un oficio es una tarea que unas veces resulta agotadora o tediosa por la paciencia y el esfuerzo sostenido que exige, pero que también depara, cuando las cosas salen bien, momentos de plenitud, y permite entonces la recompensa de un descanso que es más placentero porque se siente bien ganado, al menos hasta cierto punto. Digo hasta cierto punto porque todo el que se dedica plenamente a un oficio sabe que siempre hay una distancia grande entre las mejores posibilidades de un proyecto y su realización,igual que hay descubrimientos con los que no se contaba. Un oficio es una tarea práctica: uno hace algo que le gusta y que a costa de aprendizaje y empeño ha logrado hacer con cierta garantía de solvencia, pero no lo hace para sí mismo, por mucho que esa tarea la haga a solas y que en el simple hecho de llevarla a cabo haya una satisfacción privada. El resultado que se obtiene de ella alcanza una existencia objetiva, independiente de quien la realizó, y pasa a integrarse beneficiosamente en las vidas de sus destinatarios: un instrumento musical o una partitura, una herramienta, una mesa, una historia, un cuaderno, un cuadro, un cuenco de barro, una fotografía, un hallazgo científico, un paso de danza, la cura de una enfermedad, un prodigio deportivo, un plato bien cocinado, una pirámide de alcachofas en el escaparate de una frutería.

Hay algunas singularidades en el oficio de escribir, como las hay en cualquier otro. La primera es que la necesidad humana que satisface es una de las más intangibles, aunque también una de las más universales: la de saber historias y la de contarlas, es decir, dar una forma inteligible al mundo mendiante las palabras. Una historia, de ficción o no, propone un modelo universal de un cierto campo de la experiencia a partir de la observación de los datos particulares de la vida. Del mismo modo actúa el científico, elaborando modelos teóricos derivados de la observación y la experimentación, que sirvan, doblemente, para explicar y predecir. En las sociedades primitivas o antiguas el mito es el modelo de explicación y predicción de los comportamientos humanos.
 
Nuestra variedad moderna del mito es la ficción, en todas sus variedades, desde las más banales,más toscas, más comerciales y efímeras, hasta las más hondas y exigentes, desde la telenovela y el videojuego a Don Quijote o Moby Dick o a un cuento de mi querida Alice Munro.

Nos dedicamos, pues, a un oficio más antiguo y más útil de lo que parece. También a un oficio mucho más incierto. Porque en él, y esta es su segunda singularidad, la experiencia no ofrece ninguna garantía, y puede haber una divergencia escandalosa entre el mérito y el reconocimiento. Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al suyo, y que sin esa dedicación no logrará completar nada de valor. Pero también sabe que la entrega, por sí misma, no garantiza la calidad del resultado, porque la experiencia y la dedicación pueden conducirlo al amaneramiento anquilosado y a la parodia de sí mismo. Y también sabe que lo mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado, y que lo que parecía mejor a veces se desmorona al cabo de muy poco tiempo, y que una extraña justicia tardía alumbra mucho tiempo después, sin compensación posible, al talento verdadero que no brilló en vida.

El desaliento ante las incertidumbres del oficio se acentúa más en tiempos de incertidumbres tan amargas como estos. Es difícil hablar de la perseverancia y el gusto del trabajo en un país en el quetantos millones de personas carecen angustiosamente de él. Es casi frívolo divagar sobre la falta de correspondencia entre el mérito y el éxito en literatura en un mundo donde los que trabajan ven menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios, en un país asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia, donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la conexión clientelar; un país donde las formas más contemporáneas de demagogia han reverdecido el antiguo desprecio por el trabajo intelectual y conocimiento.

Aun así, y dejando las responsabilidades de la ciudadanía en el lugar que les corresponde, el único remedio aceptable que conozco contra el desaliento del oficio es el oficio mismo. Escribir poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos. Escribir sin concederse la menor indulgencia. Escribir aceptando y disfrutando la soledad y agradeciendo el entramado de o tros oficios fundamentales que lo convierten en uno de los oficios menos solitarios y más colectivos del mundo, como es solitario y colectivo el del músico y el del científico; agradeciendo el oficio del editor, del corrector de pruebas, del traductor, del librero, del crítico, el de otros escritores de los que uno aprende admirándolos, el oficio del que enseña a leer y del que trasmite en un aula el amor por la literatura; agradeciendo el oficio más placentero de todos, que es el del lector. Escribir con el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios que a las heridas. Escribir porque a pesar de todas las negaciones y las imposibilidades la escritura, como cualquier oficio, es sobre todo un acto de afirmación. Escribir porque sí.
 
En 1981 se entregaron por primera vez estos premios y vuestra alteza presidió en ellos su primer acto público. Aún se vivía entonces bajo el trauma sombrío y reciente de una tentativa de golpe de estado. En su discurso de agradecimie nto, el poeta José Hierro aludió con alegría y alivio, pero también con plena conciencia del peligro, al “aire de libertad que respiramos”. Ese aire, a pesar de todos los pesares, lo seguimos respirando 32 años después, que constituyen el período más largo de libertad que se ha conocido en la historia entera de nuestro país. Es importante recordar estas cosas ahora, cuando el porvenir parece en muchas cosas tan incierto como entonces. En este tiempo se ha hecho adulta la generación entera que nacía por entonces, que es la de mis hijos. Sus vidas son ya más difíciles de lo que imaginábamos hace sólo unos años, pero es importante recordar que también aquellos tiempos de 1981 nos parecían amenazadores cuando nosotros los vivíamos. Y sin embargo no hemos dejado de respirar el aire de libertad que celebraba José Hierro. Sin esa respiración no habría sido posible la generación literaria a la que yo pertenezco. Incluso nos hemos acostumbrado tanto a ella que corremos el peligro de no saber ya apreciarla. Es nuestra responsabilidad salvar lo que ganamos gracias a que muchas personas hicieron y hacen bien sus oficios, privados y públicos; y también reflexionar con urgencia sobre todos los errores, todas las inercias y descuidos que necesitamos corregir. En esa tarea los oficios de las palabras podrán ser más útiles que nunca. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Richard Ford, de su mano hasta la frontera


Richard Ford es el Real Madrid de la literatura. (Le llaman el Clint Eastwood de las letras, y está bien traído).
Su presencia y todos sus libros son un alegato contra la estupidez. Contra quienes jamás se han parado a pensar en medio de ninguna parte. Contra “los bufones” y “los listos”, “los prepotentes” y “los pobres tontos”, "los cínicos". No es una cuestión de dinero, al igual que esto son palabras sin valor si no lees alguno sus relatos, porque allí, entre sus profundidades cotidianas, descubres a través de las imágenes que las palabras pueden ser un alivio, un espacio cargado de rutinaria verdad, en donde brota todo el sentido del mundo, al menos durante un instante por escrito.  
Sus historias son espejo del hombre, de la mujer, de sus desgracias y de sus alegrías, de sus mentiras y de sus pecados, de todos sus desencuentros. Sus libros de relatos De mujeres con hombres, Pecados sin cuento, son tan esperanzadores como desesperados, tan universales como íntimos. Poseen la medida justa de un vaso de agua cuando tienes sed. Son tan reales como una tarde de lluvia con algo de sol, veraces, esa es la palabra, tan veraces que no puedes más que verte obligado a caminar hasta la frontera de su mano, ya estés en Rock Springs o Canadá. Ya estés perdido o buscando algo, ya estés llegando a tu destino, o iniciando tu viaje. Ford te llevará al lugar preciso en el momento apropiado, hecho a imagen del instante mismo. Lugar al que inevitablemente arribas, y en dónde allí él se aleja, para dejarte solo y meditabundo, decidiendo dar media vuelta o cruzar al otro lado. Solo sí, como sólo es necesario un pensamiento para que vislumbres con mayor claridad esta vida, y te contagies de su claridad diáfana, en la que no “a lugar” a dudas razonables, porque el sentimiento se hace verbo.  Pero no sentirás frío, aunque te haya dejado solo, a tu vera, sin nada ni nadie a lo que aferrarte, salvo sus palabras.
Rozarás los límites con los dedos. Te dará aliento. Te arrastrará hasta el borde del cañón, te acercará al centro mismo del abismo, pero no te preocupes, apenas sentirás vértigo, porque él prefiere que contemples la majestuosa inmensidad del vacío. Es un maestro, e imparte clases sobre la vida a un módico precio, el de sus libros.

jueves, 13 de junio de 2013

Hic sunt dracones

Abandona toda esperanza, tú que entras aquí, de...encontrar algo normal. O aburrido. O tópico. O impersonal. O convencional. Acabas de entrar en el caos.

No te preocupes. El mapa de este territorio no existe: lo vamos a construir palabra a palabra, creación a creación, pensamiento a pensamiento.

¿Quiénes? Nosotros y tú. ¿Quiénes somos "nosotros"? Gente para la que ECH son algo más que unas siglas. Gente que en estos tiempos de penumbra reivindica la cultura como el mejor lugar al final de la escapada. Gente que cree que la imaginación es un derecho. Gente con ganas de decir pero también de contar. Gente que piensa en la creatividad como un modo de vida, como una manera de vivir. Gente a la que un libro, una película, una canción, un cuadro, una escultura o una idea puede cambiar para siempre. Gente diferente con la que te puedes cruzar por la calle cualquier día.

¿Quién eres tú? La persona que, si quiere, hoy inicia un viaje que, quienes hacemos esto, estamos dispuestos a que merezca la pena.