El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald es una de las obras maestras de la literatura americana. Justo por eso, la idea de llevar (o más bien, arrastrar) esta obra maestra al cine de masas del siglo XXI parece atrevida. Es difícil cuadrar esa contundencia íntima y esa prosa sutil y desgarradora a la vez con el blockbuster del verano. Mucho más difícil si le robas a la historia su sentido para hacer un Romeo y Julieta mal adaptado.
El Gran Gatsby habla de todo aquello que no podremos tener. Todo aquello que no podemos ser, por mucho que nos esforcemos. Habla de una sociedad corrompida por el dinero y el vacío espiritual, donde Gatsby piensa que su ilícita fortuna puede llevarle a borrar 5 años (y resulta ser el personaje que más lleno está).
En la película de Baz Luhrmann, se crea una historia de amor brutal, donde ella, Daisy Buchanan, se presenta como víctima del destino y de su propia indecisión (lo que descuadra brutalmente con el final real de Fitzgerald, reflejado en la película). Se ve como su amor surge de una chispa mágica recogido en los tonos sepias del Instagram para reflejar como ella, ante la larga espera, cae en brazos de un despiadado ser que compra su amor con un collar de perlas de 35000 dólares que ella destroza al saber que Gatsby sigue esperándola. Una historia de amor brutal donde parece que ella ha claudicado ante fuerzas mayores, cuando para Fitzgerald esto no es así.
Daisy Buchanan no es indecisa, es despreocupada. Ni siquiera su propia hija (Pam, de la que habla cuatro líneas al comienzo de la novela y sin ni siquiera referirse a ella directamente) le conmueve. Se dedica a flotar como describe Nick al principio de la novela, a ir de acto social en acto social, a colocarse tiaras caras. Escenas cruciales del libro donde la presentan (por ejemplo, cuentan como a ella le gustaba coquetear con los oficiales, y al pasar unos meses de luto por Gatsby lo retoma, o cómo ella sola se sosiega y decide casarse al otro día con Tom sin una madre cruel rompiéndole las cartas), demuestran que su amor por Gatsby no es tanto amor como otro complemento más. Otro lugar por el que flotar y pasárselo bien.
"I hope she'll be a fool--that's the best thing a girl can be in this
world, a beautiful little fool... You see, I think everything's terrible
anyhow... And I know. I've been everywhere and seen everything and done
everything."
La tragedia era inminente. El dolor, la destrucción y el desperdicio que dejan los ricos como los Buchanan se encarna en el Valle de las Cenizas a la salida de sus ricas casas, donde gran parte de la trama tendrá lugar ante los cansados ojos del doctor T. J. Eckelburg.
Y esto, la película de Luhrmann no lo recoge. Intenta hacer una ópera pop donde las fiestas de Gatsby parecen sacadas de un videoclip de Pitbull y recrearse en un Titanic, cuando aquí lo que se hunde no es un barco sino una cultura entera.
En medio de esta catástrofe, el único que brilla es DiCaprio, que encaja perfectamente en la idea de Gatsby como ser misterioso y ambiguo, conciliador y esperanzado y a la vez aguardando su propia caída anunciada. Llena toda la película igual que llena todo el libro, en su halo de amor, misterio y esperanza.
El Gran Gatsby de Luhrmann es prescindible y recargado, y aún así, bastante digno de ver. Debe ser porque resuenan frases de Fiztgerald por toda la película, como su final que dice así:
Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa en el momento presente, ¡pero qué importa!, mañana correremos más deprisa, nuestros brazos extendidos llegarán más lejos... Y una hermosa mañana...
Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados sin descanso hacia el pasado.
lunes, 28 de octubre de 2013
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