Peter llegó sofocado a la estación. Cargaba con su
equipaje que constituía la totalidad de sus bienes materiales; una
mochila sobre los hombros, una cazadora de cuero negra rockabilly y un
ordenador en una bolsa de mano. Circunstancia que lejos de ser un
inconveniente le hacía sentir como hombre libre y además ligero. Tras
vacilar unos instantes se subió al tren dejando aquél país y con él toda
su memoria y parte de su pasado. Lentamente, recorrió el pasillo con el
billete entre sus dedos para sentarse en uno de los asientos junto a la
ventana. Entonces sus ojos grises, como los del perro lobo yugoslavo
tan típico en esa zona del mundo, se dejaron ir perdiéndose en el
travelling que uno a uno los paisajes proyectaban a través del cristal:
Suburbios, aparcamientos, estaciones en donde el viento luchaba en
remolino contra las papeleras agitando papeles y bolsas vacías,
envolviendo las oficinas colindantes y arrastrando su eterno suspiro
sobre las industrias con sus chimeneas de humo azúl y sus paredes de
ladrillo desgastado. Suburbios todavía castigados por una reciente
guerra civil, campos de cultivo arrasados que no acababan de reverdecer e
inexorablemente se sucedían en technicolor. No sabía cómo había acabado
en ese vagón, en esa inhóspita ciudad del Este, pero, ¿Quién dirige
verdaderamente el destino de su vida?, ¿Qué rumbo tomará el viento que
todo arrastra? Inercia, movimiento de las olas, tiempos de la luna,
marea. Mar de refulgir de espuma plateada y rota que rompía en sueños
sobre su cabeza, de izquierdas, de derechas, en tubo, perfectas a la luz
del sol… Se mezclaban con todos aquellos paisajes de tren repetidos,
como las caras, como las personas, como los huertos, prados, montañas a
lo lejos. Ciudades y extrarradios que limitan el espíritu, aceras
desiertas en las que ya nadie aguardaba al ferrocarril porque la noche
lo inunda todo, hasta los recuerdos y paisajes a través del cristal.
Porque es lenta la marea y arrastrará la playa consigo y subirá tan alto
que las olas saltarán sobre el paseo como queriendo llevárselo todo.
Peter había por fin llegado a su destino.
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