Richard Ford es el Real
Madrid de la literatura. (Le llaman el Clint Eastwood de las letras, y
está bien traído).
Su presencia y todos sus libros
son un alegato contra la estupidez. Contra quienes jamás se han parado a pensar
en medio de ninguna parte. Contra “los bufones”
y “los listos”, “los prepotentes” y “los pobres tontos”, "los cínicos". No es una cuestión
de dinero, al igual que esto son palabras sin valor si no lees alguno sus
relatos, porque allí, entre sus profundidades cotidianas, descubres a través de
las imágenes que las palabras pueden ser un alivio, un espacio cargado de rutinaria
verdad, en donde brota todo el sentido del mundo, al menos durante un instante
por escrito.
Sus historias son espejo del hombre,
de la mujer, de sus desgracias y de sus alegrías, de sus mentiras y de sus
pecados, de todos sus desencuentros. Sus libros de relatos De mujeres con hombres, Pecados
sin cuento, son tan esperanzadores como desesperados, tan universales
como íntimos. Poseen la medida justa de un vaso de agua cuando tienes sed. Son
tan reales como una tarde de lluvia con algo de sol, veraces, esa es la
palabra, tan veraces que no puedes más que verte obligado a caminar hasta la
frontera de su mano, ya estés en Rock Springs o Canadá. Ya estés perdido
o buscando algo, ya estés llegando a tu destino, o iniciando tu viaje. Ford te
llevará al lugar preciso en el momento apropiado, hecho a imagen del instante
mismo. Lugar al que inevitablemente arribas, y en dónde allí él se aleja, para
dejarte solo y meditabundo, decidiendo dar media vuelta o cruzar al otro lado. Solo
sí, como sólo es necesario un pensamiento para que vislumbres con mayor
claridad esta vida, y te contagies de su claridad diáfana, en la que no “a lugar”
a dudas razonables, porque el sentimiento se hace verbo. Pero no sentirás frío, aunque te haya dejado
solo, a tu vera, sin nada ni nadie a lo que aferrarte, salvo sus palabras.
Rozarás los límites con los
dedos. Te dará aliento. Te arrastrará hasta el borde del cañón, te acercará al centro
mismo del abismo, pero no te preocupes, apenas sentirás vértigo, porque él
prefiere que contemples la majestuosa inmensidad del vacío. Es un maestro, e
imparte clases sobre la vida a un módico precio, el de sus libros.
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