La luz de la luna se filtraba como un sol blanco y
apagado a través de las cortinas movidas por la brisa caliente del
tórrido verano. Fuera solo se escuchaba el rumor de la noche como un
manto sobre la piscina del hotel, cuyas aguas teñidas de cloro temblaban
al son del mar mediterráneo que respiraba a lo lejos. Peter permanecía
recostado en el sillón con una cerveza en la mano y el móvil en su
regazo, junto a la terraza, con el albornoz de baño abierto desde la
cintura hasta el pecho. De pronto se escuchó un clamor de risas en el
jardín, que se apagó tras cerrarse la puerta del otro bloque de
apartamentos. No estaban solos aunque a primera vista el spa parecía
desierto. (Está todo destruido. No queda nada).
Sus pensamientos se perfilaban de forma nítida uno tras otro corroídos
por la siempre oscura presencia de los celos. Los recuerdos como lobos
rabiosos se agolpaban en los umbrales de su conciencia. Aquél bastardo
que incesantemente la rondaba, con el que hace pocos días había quedado.
Todos esos mensajes de móvil cargados de sexo que se le incrustaban en
los ojos sin remedio. A través de las palabras vertidas en la pantalla
fosforescente podía imaginar como la invitaba una y otra vez a
gin-tonics, sus carreras a través de la pista de baile como un perro.
Se puso en pie y chocó con un nido de latas de cerveza. El ruido no
despertó a Daniela que yacía sumergida entre las sábanas de seda. Se
quitó el albornoz e intentó vestirse, los dedos de una mano torpemente
se escurrían una y otra vez entre los botones de la camisa, mientras
sujetaba el resto de la ropa que encontró desperdigada por el suelo.
-(No es verdad).
Susurró Daniela a media voz o quizás las palabras brotaron de su propia
mente atormentada y malherida por la pasión. Sí, de ahí provenían,
intentó distinguir la cara de ella, parecía dormida, inhalaba suavemente
y no podía haberle dicho nada en ese estado de profunda ensoñación.
-(No, no lo es. ¿Entonces dime…? ¿Qué pretendes? Ya es tarde, está todo
destruido, no queda nada).
Se acercó a la cama, a duras penas apreció el cuerpo desnudo y
laboriosamente bronceado y no pudo soportarlo más. Fue entonces cuando
con sus manos rodeó el cuello de su mujer en una tibia caricia cargada
de odio. Ella aún estaba dormida o esa es la impresión que le dio,
porque no hizo ningún gesto de reprobación.
-(No puedo, no puedo hacerlo).
Se levantó con soltura, rebuscó en el parquet y la cartera apareció
debajo de la alfombra junto a sus pantalones y las llaves del coche. Con
los pies descalzos se arrastró hacia la puerta principal en introdujo
la llave de plástico en la ranura. De pronto el frío metal en su sien le
hizo olvidarse de todo.
-(Si tú no puedes yo sí. No te vas a ninguna parte).
Contestó Daniela, mientras le apuntaba con una pistola de pie y desnuda,
a su espalda.
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