viernes, 1 de noviembre de 2013
Los otros monstruos
Al amanecer, ya sólo quedaba el silencio y el brillo húmedo del frío. Ya no había máscaras ni disfraces, ni estómagos llenos ni copas vacías, ni risas de hiena ni palabras de carrusel, ni miradas perdidas ni cuerpos encontrados, ni tacones en las calles ni pensamientos bajo el neón. Sólo quedaba en pie el miedo. Ya no había ni brujas ni vampiros, ni fantasmas ni asesinos, ni muertos ni revividos, ni criaturas imposibles ni improbables sinsentidos. Los monstruos de todos se habían vuelto a dormir en su cama de hueso a la sombra del escalofrío, allí donde anidan todos los temores que nos acercan al filo abisal del vacío que es la muerte. Sólo quedaban en pie los otros monstruos. Los que no necesitan ni máscara ni disfraz ni maquillaje. Los que no son hijos de ninguna ficción. Los que tienen carne y hueso y nombre y apellidos. Los que respiran. Los que viven. Son los otros monstruos. Los que son capaces de violar a una mujer, golpear a un anciano o abusar de un niño. Los que ríen convirtiendo las vidas en hilos. Los que hacen de la maldad estadísticas y datos fríos. Los que transforman el silencio en la crónica de un aullido. Los que rompen el mundo en llanto y grito. Los que envenenan el aire que respiro. Los que reparten el apocalipsis a domicilio. Los que desgarran sin pedir permiso. Los que convierten cuerpos en nichos. Los que quiebran sonrisas y destinos. Los que vacían el sentido. Y a éstos, a los otros monstruos no hay Halloween que los conjure porque el horror nunca espera.
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