martes, 5 de noviembre de 2013

Karen

Media hora. No me dejo nada. Bueno. Ya está. Dios. Qué gusto. Ojalá siempre hubiera sido así. Todo tranquilo. Todo en su sitio. Todo en orden. Todo bien. Qué gusto. Es preciosa. Es una casa preciosa de verdad pero una casa preciosa no hace un hogar precioso y lo sabes, a quién engaño, nunca lo ha sido y tal vez el problema no es suyo ni siquiera nuestro sino mío por no querer darme de cuenta de eso o a lo mejor pensé que todo era cuestión de tiempo pero el tiempo no cura nada. Espero que lo entienda. Seguro que contaba con ello y si no tampoco es el momento de pararme a pensar en eso. Bastante tengo con lo que tengo. ¿Llevo todo? Debería quedarme. Quizás hablando lo arreglemos y él me entienda y podamos hacer las cosas bien. Pero qué estoy diciendo. Le he dado ochocientas oportunidades, a él, a mí, a todo. A lo mejor si no hubiera dado tantas vueltas al tema antes no habría llegado a este punto. ¡Tengo que pensar en mí por una puta vez en la vida, joder! Da gusto cómo huele. Qué maravilla. Míranos. Tan jóvenes. Qué estúpidos. Estúpida, estúpida, estúpida. Le quedaba genial ese traje. Qué guapo eras, bueno, y eres, cabrón. ¿Quién nos la sacó? ¿Fue su tío? Debería dejársela. No. Me la llevo, es lo poco bueno que queda aquí. Lo entenderá. Espero que lo entienda. Sería lo primero que entenderías, ¿verdad? Creo que llevo todo. Gafas, dinero para el taxi, billete, vale, todo. Joder, las llaves. Que haga lo que quiera con ellas. Bueno. Tranquila. Eso es Karen. Ya está. Ya lo has decidido. Es lo mejor. Va a ir todo bien. Va a ir todo bien y si no pues ya veremos. Aquí no hay nada por lo que luchar. Tienes que mirar por ti porque él no lo hará ni lo ha hecho nunca. Ya está. Ni lágrimas ni nada. Media hora. Vamos, Karen. ¡Vamos! Puedo. Puedo. ¡Puedo! ¡Vamos!

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