- Soberbia
Salió a cubierta, el viento soplaba del este, lo podía sentir gélido
y salado sobre una de sus mejillas. Se llenó de aquella inmensidad, perdiendo
su único ojo en el horizonte azul marino que lo abarcaba todo. ¡Desplegad
velamen! – Exhortó con voz de trueno. Súbitamente la tripulación se afanó en
poner en práctica la orden dada, soltando los nudos que ahorcaban las enormes
sábanas blancas, izando y enarbolando con suntuosidad la bandera negra con su
calavera cruzada por dos espadas. El imponente navío viró sinuosamente, comenzó
a saltar sobre crestas de olas rotas que poco a poco se amontonaban y
multiplicaban cada vez más grandes bajo su panza, y las velas se tensaron con
fuerza como nervios tras el golpe voraz de una bocanada de aire helado.
Impulsado como un sable en manos piratas al precipitarse en el tórax de un
enemigo, el barco con todos sus cañones asomándose por las escotillas, subía y
bajaba tirando con violencia del estómago de sus ebrios marineros en un ritual
de vértigo y sangre, dejando un sabor a mar inmenso en los labios que se
mezclaba con el ron que habían desayunado aquella mañana.
- Envidia
En la playa Javier se esforzaba por levantar en un intento
infructuoso su propio castillo de arena por encima del manto de agua que en la
orilla se arremolinaba, arrastrando a sacudidas un arsenal de herramientas
listas para construir y excavar. Una vez más su sublime obra arquitectónica se
derrumbó al subir la marea y romper la espuma en su cintura desnuda. Desde los
cimientos el hermoso castillo quedó reducido a un montículo informe. Javier abatido,
con la cara sumergida en lo que antes era la fosa común de una inexpugnable
fortaleza, sintió como fracaso propio el empujón que inopinadamente le propinó
el mar.
- Avaricia
Las olas rompen sin descanso a lo lejos, una tras otra, sobre el
arrecife. -Juan comenta; ((Apenas ha dado tiempo a preparar la excursión, no
hay chalecos salvavidas)). María no le escucha y decide lanzarse, sin
preocuparse de las nubes que lenta pero ineludiblemente se acumulan en
lontananza, con un vigoroso saltito sobre el bote. Juan sube cargado con el
equipo de submarinismo y una nevera con cervezas. Un negro con enormes rastas
comanda el timón y fuma mientras se ajusta una gorra rastafari; ((No problema, tormenta
allí pero no aquí, luego tormenta aquí pero no allí)). Suficiente explicación
para María, que olvida cualquier peligro y muestra su despreocupación
atusándose el pelo encrespado por la humedad. Tras un par de golpes del capitán
sobre la chapa metalizada el motor arranca, y desde popa la barca comienza a
sajar el mar azul turquesa de esta parte del Caribe venezolano. Cruzan islas en
donde la vegetación crece con tal intensidad que parece volcarse sobre las
montañas, sin caminos ni senderos abiertos, como si no cejase de abrirse paso
nunca en plena eclosión selvática. ((Esta es la isla de Nicolas Cage, esta otra
pertenece a Esteven Seagal)) – Afirma el comandante del pequeño navío, cuyas
pupilas como platos ardientes, fulguran rojizas por obra del cigarro que a
largas bocanadas se ha fumado, pasando a convertirse este en un conglomerado de
enormes volutas de humo que ahora terminan de deshacerse en el cielo despejado,
(salvo por unas cuantas nubes que no acaban de decidirse, tímidamente, a
comerse el sol). ((Qué ilusión)) – susurra María. ((Qué suerte)) – espeta Juan.
En general el paisaje es tranquilo, pero sobre el arrecife contemplan aturdidos
sin querer ver, como silenciosamente estallan relámpagos creando un haz de
venosas luces, (lo cual resulta aún más amenazador que el bramido de truenos).
Pero los tres continúan con rumbo fijo, sin mediar palabra.
- Ira
El cielo se cubrió de tinta. Las olas despertaron como titanes
recién salidos de sus cavernas. Lo que antes era una embarcación de superficie suavemente
balanceada por el vaivén de la brisa, se convirtió en una noria de dimensiones
descomunales o al menos esa fue la sensación de cuantos luchaban por aferrarse
a algo que les permitiera mantenerse en la misma posición en medio del desatado
oleaje. Cuando se elevaban la popa o la proa, mis compañeros rodaban
golpeándose con todo lo que encontraban al caer, cuando por el contrario el
golpe se recibía por babor o estribor, como el golpe de gancho de un peso
pesado, el barco parecía estallar y deshacerse en un millón de astillas, trozos
de madera salían despedidos rozando cabezas. El aire era un manto de aire helado
y cortante que envolvía y golpeaba todo. Salí despedido contra el mástil,
apenas podía ver nada, ya que la lluvia se mezclaba con el salitre en mis ojos.
Como yo, otros tuvieron menos suerte y fueron lanzados cual polillas fuera del
barco. - ¡Hombre al agua! – Se escuchaba por todos lados. ¡Aten con fuerza a su
pecho esos cabos!- Me pareció entender que vociferaba el capitán. El mar se
adueñó del alma de cuantos viajaban en ese buque, no había otro pensamiento que
el de resistir a la tempestad.
- Lujuria
Camino hasta la orilla, las olas se levantan y sin apenas
tiempo de reacción se parten en dos.
Olas grises que dejan un rastro de espuma muerta. Olas que rompen demasiado
rápido. No puedo remontar, no con olas así. No me importa, me ajusto el
neopreno y lentamente camino en su busca, siento como el agua se mete dentro de
los poros de mi piel cicatrizándola, purificándola de sal. Una tras otra me
derrumban, intento sumergirme y clavar la punta de la tabla, pero se me escapa
de las manos, el golpe de mar me voltea, giro mientras me hundo, arriba, abajo, siento temor de chocar con alguna roca,
toco la arena con una mano, no me queda aire en los pulmones, intento
impulsarme hacia la superficie con los talones, nado hasta con los dedos de los
pies. Mi cabeza atisba un paisaje crepuscular, un paisaje de luna rota, la
espuma lo llena todo, el mar se pinta de blanco, es el momento de arrastrar la
tabla hacia mí con un tirón de muñeca y volver a remar, si no nunca lo
conseguiré. Doy largas brazadas profundas, mis brazos se hunden como remos
desde la punta de la tabla hasta mi cintura. Alcanzo la cresta de la ola, ahora
solo me toca esperar su perfección. La veo venir, vuelvo a remar, esta vez utilizo
mis piernas, mis codos, mis manos, los talones, la palma de mis pies, tomo
impulso, me subo a la tabla con un solo movimiento, casi de un salto, mantener
el equilibrio durante unos segundos es lo más difícil, la ola baja como un
ascensor, y por fin me deslizo, ahora solo tengo que dejarme llevar, seguir el
movimiento centrífugo, las sinergia del agua y el viento, la marea que
desciende, la ola es mía y con ella el mar.
- Pereza
Bajamos por el paseo y nos tumbamos bajo el sol, el día era claro,
estábamos solos, toda la playa era nuestra. La nitidez de la arena blanca
cegaba nuestros ojos, el rumor del mar penetraba por nuestros oídos como un
susurro plácido. Intenté grabar el momento en mi memoria como si fuera una idea
nueva e indestructible.
- Gula
Era una de esas tardes de domingo que sólo salva del aburrimiento el
mar. Me abrigué y salí del reducto de mi habitación dispuesto a recorrer con mi
perro el paseo marítimo de cabo a cabo. A medida que me acercaba podía sentir
el olor a algas y a sal, el sonido del océano que rugía como el grito de un
recién nacido. En el puerto las olas regurgitaban con violencia contra las
paredes de piedra invadidas de musgo incipiente, llevándose consigo a los
cangrejos que se guarecían en sus húmedas moradas. La encontré asomada al
mirador con vistas a la playa, con una mano apretando la barandilla y la otra
en posición de taza sobre su cintura, adusta y sola. Llevaba unas gafas de
montura grande sobre una cara que hubiese firmado “Picasso”. Empezó a caminar
como se debían mover los vaqueros en el antiguo oeste, mientras sus caderas caían
de lado a lado como una balanza mal calibrada. Había algo infinitamente ambiguo
y triste en esos andares de mujer masculina, que inducían a la más absoluta
conmiseración. Malencarada, parecía querer escupir al rompeolas que estallaba
cada cierto tiempo en sus narices, con brotes de espuma, arena y trozos
pequeños de piedra. Fue entonces cuando comenzó a reir, aquella risa parecía
salir de lo más profundo del abismo marino. Estentórea, cínica, tan llena de
dolor, todo lo que pude oir durante algunos segundos fue ese lamento a las olas
cargado de incomprensión. Se comió el mar.
MARE AMORE MIO
- Lujuria
La noche cayó a plomo sobre el mar. Pese a la oscuridad material
podía percibir su presencia, rumor del oleaje sobre los guijarros en la orilla.
Inhalé profundamente todos aquellos aromas con sabor a algas. A lo lejos un
faro indicaba que allí estaba Marruecos, y me dio la sensación de percibir todo
su incienso y especias mezcladas con la
sal del océano.
- Pereza
El mar es un espejo fulgurante, los rayos de sol que caen sobre su
manto azul crean destellos de todos los colores imaginables nublando nuestros
ojos. La arena es blanca como la nieve y
junto al agua cristalina, provoca una extraña claridad casi de otro mundo llena
de quietud. Ese iridiscente piélago que
me embarga de paz.
- Ira
Las olas arremeten unas contra otras como caballos salvajes.
Embisten contra la pared del acantilado, y saltan sobre el mirador dejando un
rastro de agua salada sobre los rostros atónitos de los valientes observadores que
se han acercado a contemplar el espectáculo. El mar con cada ola rota se
desintegra en infinitas heridas de espuma que lo desangran. Las rocas se
resisten a ceder su espacio a las crueles embestidas del agua. Con cada
movimiento de viento las olas crecen y agigantan, y lo que era el vacío que
dejaban al caer se convierte en un abismo, movimiento, caos, marea, se yerguen
como gigantes hambrientos y furiosos que devuelven con violencia el golpe que
les ha hecho emerger de su propia nada.
- Avaricia
El mar era un manto plateado y sobre él reinaba una gran bola de
fuego anaranjada. Parecía plata recién licuada o mercurio líquido, con ese extraño
poder hipnótico que producen las joyas.
- Soberbia
El mar respira como un pulmón, inhala y exhala, es el mayor
organismo vivo y sabe que lo contemplas. Promesa de infinitud, laberinto, hábitat.
- Lujuria
Las olas se alzan y mueren al romper en un orgasmo de espuma.
Enlazan su estela para alcanzar la orilla. La luna enloquece las enloquece, las
acerca y las aleja de la playa, se arrastran humedeciendo la arena, para
después dejar un rastro seco, olvidado, único, que morirá. Pero la marea sube y
las olas volverán a alzarse cuando la luna se llene y alcance el mar.
- Pereza
Me remango el vaquero, siento la arena húmeda en las plantas de los
pies, feroz efervescencia de ola rota, frente a mí el mar en toda su vasta
plenitud, medicina para los ojos. Olor a mar que renueva mi alma y mis
pulmones.
- Gula/Avaricia/Soberbia
Solo el mar puede con la música y con el silencio. Solo las olas
pueden con el viento. Y sin embargo en tempestad lucha por comerse la tierra,
no se conforma con ser mar y devorar el cielo, ansia ser su propio universo
marino.
- Envidia/Pereza
Sobre las tranquilas olas valsaba la brisa. Rayos de sol acariciando
la piel dormida del mar, reflejos infinitos. Una gaviota hace un picado, se
sumerge bajo la herida, y sale a la superficie blandiendo sus alas, desafiando
al mar y al sol.
- Gula
Sumergí la
cabeza en aquellas aguas y todo cambió de dimensión. Con el regulador en la
boca, solté un poco de aire del chaleco, justo la cantidad apropiada, y comencé
a descender. Respiraba tranquilo, pero mis ojos intentaban captar cada instante
con avidez: Era todo más grande y había más color allí debajo, las morenas eran
de un tono verde eléctrico, las mantas de un púrpura chillón..
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