Detesta los atascos, las luces de navidad, las noches
que amanecen y el cine en color. Ama a su coche que además es su única
herramienta de trabajo; Siempre atento, siempre solícito, siempre
dispuesto a efectuar un entrega, siempre capaz de rugir con
desaprobación, con su línea de Aston Martín, sus llantas radiales como
el motor de un molino a punto de estallar, sus pesados y duros pedales
de competición, sus 16 cilindros en v, sus 150 caballos pura gasolina, y
sus asientos de cuero rojo. Se lo compró a la novia de un
narcotraficante en Marbella con el dinero que tanto sufrimiento le había
costado perder. Por eso lo siente
como algo profético, un regalo del cielo o del infierno al que no pudo
decir que no. Un trato justo y necesario, no podía ser otro coche ni de
otra manera.
Es lunes, permanece recostado en el asiento delantero como un piloto de
fórmula uno, con las manos sobre el volante esperando instrucciones de
su contacto. Escucha la radio, el último disco que tras siete años de
experimentación “Tom Waits” se ha dignado a sacar a la oscuridad,
(you’re the same kind of bad as me? You´re the head on the spear,
you´re the nail on the cross, you’re the fly on my beer, you´re the key
that got lost, you´re the letter from Jesus on the bathroom wall, you´re
mother superior in only a bra, you´re the kind of bad as me? …) a
través de una vieja emisora de blues. Atasco y desesperación bajo el
cielo púrpura de Madrid. No pide nada, sólo una falda en la que recostar
la cabeza durante las noches de frío invierno, una luna bajo la que
poder fumar por la ventana al llegar a casa, un silencio ininterrumpido
que duré lo que dura un segundo de éxtasis, algunos discos, y comida
suficiente en la nevera para aguantar la hibernación. No es mucho, no es
tanto, por lo menos son deseos al alcance de muchos tontos, y él no lo
es.
(…I´m the detective up late, I´m the blood on the floor, the thunder and
the roar, the boat that won´t sink…no good you say…) Súbitamente el
dolor de una sirena que suena a lo lejos le arranca de su letargo, todos
los vehículos se desplazan a un lado para permitir el paso a lo que
pueda venir. Se endereza, aprieta los ojos para intentar despertar su
cuerpo del torpe e intemporal abatimiento, y gira también su coche en
dirección a la calzada. Espera a que pase la ambulancia y se incorpora
de un giro violento de muñeca al carril. Entonces sigue su estela como
alma que lleva el diablo en un vuelo sin alas. Alguien pita, él saluda a
través de la ventanilla y acto seguido observa con desagrado una cara
rechoncha y paleta a través del espejo retrovisor, otros intentan hacer
lo mismo sin saber cómo, (hace falta mucha destreza y experimentación y
nacer con el mal de tierra), él no puede parar y explicárselo, no le
sobra tiempo, pisa a fondo, un semáforo en verde, otro en ámbar, otro en
rojo, paso de cebra, frenazo, queda para la posteridad la huella del
neumático italiano como una firma sobre el triste asfalto, del mismo
modo que un aciago día James Dean inmortalizó en las estrellas. El coche
de seguridad con su alarma multicolor incorporada se pierde entre el
monstruoso escenario de racimos de automóviles. De pronto surgen ante
sus ojos dos piernas que se elevan hasta las nubes del crepúsculo, o
hasta lo que podría denominarse un cinturón reconvertido en falda. Una
mujer frente a su Fiat saluda desafiante con el dedo índice. Él se ríe
con la sangre acelerada por los latidos del corazón y le lanza un beso.
Así da gusto trabajar- Piensa. Ella no se mueve, se arregla la
falda-cinturón bajándola un poco, y deja al descubierto su pequeño
ombligo, aunque parece no importarle. El flequillo pelirrojo cae sobre
su rostro aniñado de ojos de acero azúl. Él no puede dejar de mirar sus
piernas y bendecir su falda. Ella decide dirigirse al coche a golpes de
tacón. Él pisa el acelerador sin clavar la marcha, su potro vuelve a
rugir pero esta vez sin deslizamiento de ruedas, es casi un bostezo del
motor. Los demás coches comienzan a tronar y se produce una incesante
lluvia de pitidos que durante un instante parece que nunca va a cesar.
Ella se para tímidamente durante una décima de rubor. Pero no se asusta,
continúa el duelo entre los dos, intenta abrir la puerta del pasajero
apretando el botón de metal (pocos saben que esa es la manera de
hacerlo), está cerrada y se ve impedida a entrar. Da una vuelta,
meneando las caderas como un guepardo. Con los nudillos golpea la
ventanilla del conductor. Él baja la ventanilla y dice; - ¿Qué quieres
princesa? - Déjame subir. – firme le contesta. - ¿Por qué iba a hacerlo?
– Si me llevas te la chupo. La puerta se abre, en el coche entra su
contacto. De ahora en adelante tienen que cumplir con la misión. El
coche arranca mientras pitan a su alrededor, él sube el volumen de la
radio; You´re the wreath that caught fire, you´re the preach to the
choir, you bite down the sheet but your teeth have been wire, you skid
in the rain, you´re trying to shift, you´re grinding the gears, you´re
trying to shift, and you´re the same kin of bad as me?, they told me you
were no good…. Ella parece arreglarse la falda, pero es inútil, no es
una falda, es un cinturón, sin embargo saca una carta y una llave de
algún lugar de entre la tela, quizás escondidos entre sus piernas. Aquí
está todo- Le dice. Bonita falda- Contesta él. Bonito coche- replica
ella.
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