jueves, 14 de noviembre de 2013

El juego de Ender, no apto para niños

Me gustan las citas, me gustan los tópicos. Por eso comenzaré diciendo que adaptar un libro a no ser que te encuentres con un Stanley Kubrick o un Francis Ford Coppola en estado de gracia, es una tarea de cirujano, y como el tópico ordena, la historia en papel siempre será mejor que su traslación al celuloide. Sin embargo, se han realizado espléndidas adaptaciones de libros al cine como El Resplandor, La naranja mecánica, Drácula de Coppola, El nombre de la rosa, y citando una película española Blancanieves, entre otras.


El juego de Ender se basa en el libro de ciencia ficción de Orson Scott Card, libro polémico acusado de contener proclamas fascistas, y autor-escritor polémico acusado de homofobia. Con semejante panorama que menos que ver la película para opinar, aunque desde luego, esta siempre será la versión light, descafeinada, y edulcorada, del texto en sí. Pues una vez visualizada en tempo, o dicho de otra manera, imágenes en movimiento, el argumento se las trae. No quiero cargármelo, pero sí diré que gira alrededor de niños soldado, una élite de pequeños superhombres sobre los que recae la dificultosa misión de salvar a la humanidad. Son la esperanza del mundo habitado. Aquí entra la cita obligada y de rigor:
"En el momento en que entiendo verdaderamente a mi enemigo, en el momento en que le entiendo lo suficientemente bien como para derrotarle, entonces, en ese preciso instante, también le quiero".
Palabras con sentido. Se siente el sentido, porque un niño siempre conservará la humanidad que el adulto haya perdido. Aunque se interrumpe, se aparta a un lado su infancia, a través de un entrenamiento sin miramientos, sin importar el como pueda afectar la guerra a estos jóvenes (en el libro de seis años, en la película de dieciséis). A mi parecer, no cesa el misterioso flujo de compasión producto de una inocencia invulnerable que recorre el alma infantil (adolescente en la película).
La situación es crítica, y a situación límite medidas drásticas. Es necesaria la élite, liderada por  alguien capaz de controlar su instinto asesino sin perderlo. Assa Butterfield, Ender Wigin en el papel, está inconmensurable. Este chico, que a algunos les sonará por La invención de Hugo de Scorsese o El niño del pijama de rayas, atraviesa la pantalla desde el centro con su mirada. Transmite una convicción y una fuerza impropias (imponentes) en un chaval de su edad. Capaz de hacer frente al mismísimo Gandhi (un Sir Beng Kingsley con la cara tatuada) o al propio  Indiana Jones, o Han Solo para el que prefiera, (un Harrison Ford que no dio concesiones de poder a los críos durante el rodaje, según ha comentado en las entrevistas previas).
La dirección de Gavin Hood es intachable, te embriaga de gravedad, se ha de tener en consideración que no contaba con los medios de los que podría disponer un James Cameron o un Ridley Scott en Aliens el regreso y Alien el octavo pasajero respectivamente. Ni tampoco Alfonso Cuarón en Gravity.

Y el resultado es fantástico.




Otro tema tabú (no para todas la naciones) del filme son los ataques preventivos. ¿Qué implican? ¿En dónde dejamos la moralidad de un fin justificado a través de cualquier medio? Claro está, que tampoco es lo mismo luchar contra un enemigo de tu misma raza, que contra un enemigo común de raza distinta ¿o quizá sí?
No me he leído el libro y no puedo opinar acerca de toda la trama política omitida en el transvase a la gran pantalla. Seguramente falle un poquito el guión. Pero el planteamiento no deja de ser interesante.
Sobresale, y está muy bien llevada en este caso a la sala, la relación familiar del protagonista, (este genio de la interpretación al que hay que seguir los pasos de cerca). Conflictos y afinidades que marcan un carácter predeterminado para el enfrentamiento.  El chaval tiene que hacer lo que está llamado a hacer y no hay lugar al titubeo. Su relación con sus hermanos es fundamental. Su condición de tercero en el árbol genealógico no supone ningún problema. Por encima de todo subyace la voluntad, y la suya es férrea. Adaptarse al entorno implica una estrategia firme y estudiada. Dicha estrategia se basa en un aprendizaje previo, que afianza las habilidades congénitas y saca el mejor provecho posible de cualquier capacidad innata. En otras palabras, prestar atención al medio constantemente, tomar decisiones sobre quién se quiere ser, forjar carácter a golpe de adversidad. Autocontrol, análisis, con pérdida de autocontrol inclusive permitida: Las relaciones, los conflictos, que se plantean, entre aquel llamado a liderar, con sus propios compañeros son fascinantes. Una escalada paulatina, un crecimiento continuo, no exento de violencia y remordimiento.
Las prácticamente dos horas de película no se hacen nada pesadas. Muchas cosas que contar supongo, muchas de ellas sin narrar, mucho en juego. Por no hablar sin querer ser redundante, del juego virtual que se superpone a la propia trama. Video-juego producto de la propia fantasía del que lo juega, quién tendrá que enfrentarse a sus propios miedos más ocultos, a sus sentimientos, y llegar hasta las verdades que estos esconden. Dilema ético, por si fuera poco. Como decía, el Juego de Ender, no apto para niños. 

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