jueves, 27 de junio de 2013

Templo

Las columnas rígidas del templo se perdían en la oscuridad absoluta de la cúpula, que estaba a kilómetros del alcance de mis dedos extendidos, como si quisiera albergar todo lo posible y, sin embargo, solo me contenía a mí. Mis pasos retumbaron en el mármol como si una avalancha de personas me siguiera, mientras que el sonido de mi respiración alcanzaba cada rincón de aquella inmensidad vacía. Era mi refugio de siempre, donde ya nadie podía herirme, ni ofenderme, no podía hacerme daño, porque las paredes eran demasiado gruesas, y el techo alto, porque las ventanas eran del todo opacas. Cerré la puerta con cien cadenas de acero y tiré todas las llaves a lo más oscuro del templo. Él tendría que venir a disculparse, echar la puerta abajo si era necesario, e hincar la rodilla en el suelo de marfil, porque era él el que tenía que hacerlo y no yo, eso era impensable, cuando una lleva la razón no debe pedir perdón, de ninguna manera, eso era lo que él esperaba, que corriera por todo el templo buscando las cien llaves sin poder aguantar ni un segundo más su ausencia y me rindiera en sus brazos de nuevo. Sin embargo, siempre me han dicho que hay que tener la cabeza alta y que no se puede aceptar que nadie pase por encima de una. Me senté en la parte más oscura del templo, que también era la más fría, me agarré fuerte las rodillas y levanté la cabeza con los ojos cerrados para que así nadie pudiera ver mi pena, si nadie la notaba no existía, si yo tampoco pensaba en ella tal vez desapareciera. Por suerte, había tirado las llaves lejos y las cadenas eran fuertes, porque tenía impulsos de correr hacia la puerta, esos impulsos tengo que controlarlos,pensé, porque era él quien tenía que regresar y echar la puerta abajo de tantos ruegos y tantas súplicas, así que me quedé quieta en la oscuridad y dejé pasar mucho tiempo, con un ojo siempre puesto en la entrada. Entonces me pregunté si todo el mundo tendría templos tan grandes como el mío, o torres altísimas de peldaños empinados, o muros insondables, y si se refugiarían allí constantemente, y pensé que siempre habría alguien que tendría que dar el primer paso. Quizá él también había hecho lo mismo que yo, que me estaba esperando en algún lugar mirando hacia arriba, aunque eso era totalmente incoherente, porque me había dañado, él lo sabía, que mi dolor era terrible, por eso él tenía que disculparse y no yo, no había derramado ni una lágrima y no lo haría jamás delante de él, y él me conocía lo suficiente para saber que no cedería. Me levanté en mi templo cada vez más oscuro y más frío, sin una luz que entrase por sus ventanas opacas, donde no había un fuego que calentara el interior, y mientras pensaba en seguir allí el tiempo que hiciera falta, sin embargo, temí por un momento que no hubiese nadie acechando fuera, nadie que pudiera sentir mi tristeza, ni siquiera alguien que pudiese verme y supiera que yo estaba ahí.

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