Cuando no me gusta lo que me pasa, cuando lo que me pasa me sobrepasa, voy a la peluquería. Y no es que me sienta divina cuando salgo, que parece que me han puesto la peluca de otra. Tampoco es porque me cuiden como a una reina. Es una peluquería de barrio, de esas cadenas baratas con tubos fluorescentes, pelo a pegotes por el suelo, olor a amoniaco, ruido de secadores, Kiss FM, una peluquera menuda, otra gorda y un peluquero homo marcando bíceps. Todos de negro gastado.
Te miran cuando entras, uno o una te pregunta qué vas a hacerte y ya no te vuelven a mirar ni para cobrarte. Hablan de Crepúsculo y de Pablo Alborán a través de los espejos mientras te pinchan, te tiran del pelo húmedo y te queman. Y tú te estás viendo las ojeras y las arrugas sin la clemencia de una luz amable, sin amortiguación y expuesta sin compasión a tus vecinas que pasan por la acera.
Una clienta con cara de felicidad y melena rubia pregunta si les quedan planchas y si creen que ella se arreglaría bien con una plancha. Le dicen que se, que divinamente. Y yo empiezo a pensar que si alguien con cara de felicidad quiere una plancha, sea lo que sea, debe ser una cosa que hace feliz. Las personas con cara de felicidad conocen los secretos. Pongo atención a las explicaciones que le están dando y empiezo a imaginarme feliz.
Le pregunto a la chica que saca humo de mi pelo para qué sirve el artilugio. Me mira para asegurarse que la voz ha salido de mí y con la cara de quien explica algo muy difícil a un auditorio que no le va a comprender me cuenta las bondades de un aparato carísimo que alisa el pelo sin achicharrarlo.
Empiezo a cruzar y descruzar las piernas y ya no paro hasta que terminan de peinarme.
Cuando voy a pagar en la caja pido una plancha tratando de dar naturalidad a la voz y al gesto. La peluquera mira a la otra peluquera y me pregunta si se cómo funciona. Sonrío y saco la tarjeta de crédito.
Salgo a la calle airosa, con la melena al viento y con una bolsa que contiene un recordatorio de mi imbecilidad con garantía por dos años.
martes, 18 de junio de 2013
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Esperanza garantizada. No vuelvas en dos años y no te "quemes" la cabeza. Sale bararata
ResponderEliminarEscritura limpia, directa y plástica que me recuerda al neorealismo en el cine italiano.
ResponderEliminarSimplemente genial!
Genial descripción de este tipo de peluquerías y de cómo te sientes en ellas. Yo he salido de allí con una bolsa de productos para el pelo, sensación de estupidez y vaga esperanza de felicidad. Esperanza Rollano
ResponderEliminarCuando llega ese momento de confusión en la vida, por la razón que sea,y decidimos ir a "esa peluqueria",estamos varios dias arepintiéndonos y preguntándonos ¿por que lo hice?
ResponderEliminarFabulosa descripción,hace sentirte protagonista de la escena.
Sales con una esperanza en forma de plancha, pero contenta contigo misma y hasta la proxima
ResponderEliminarMe gusta mucho como cuentas la historia y en todo caso es mejor salir con una plancha "maravillosa" que no con el pelo fucsia. En los momentos bajos la peluquería puede ser letal. Belén
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