La
miró y se le nubló la vista. Y luego todo lo demás. Mickey Sorensen
nunca averiguaría si fue por los nueve botellines de cerveza o por la píldora
de viagra entre el sexto y el séptimo botellín o por no hacer ejercicio desde
los seis años o por llevar dos días sin dormir o por soportar ciento
treinta kilos de sebo o por tener una erección que eliminó el resto de
sangre de su organismo. Pero lo cierto es que al ver a "La fabulosa Jewel" deslizarse por la
barra americana sin más abrigo que un tanga de
lentejuelas y un tifón de groserías, aquel cerdo con el pelo de Harpo
Marx supo por primera vez a sus cuarenta y siete años que una angina de
pecho no es un "flechazo" y que una camisa hawaiana y unos bermudas llenos de lamparones con su propio ADN no eran el mejor vestuario para presentarse ante San Pedro.
Así, al tiempo que un camión y tres bastardos quedaban en orfandad, el tanga de "La fabulosa Jewel" voló por la sala mientras su inesperado secreto emergía como un leviatán genital ante alientos
cortados y neones encendidos.
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